lunes, 31 de octubre de 2011

Es mejor no mirar atrás



"Hay veces en las que es mejor no mirar atrás."

Estiró el cuello para ver por encima de la pared de su cubículo: ya estaba anocheciendo.

Su jefe había tenido la amabilidad de informarle, minutos antes de su hora de salida, que era necesario corregir y poner en orden la documentación comercial del mes, lo cual significaba que debía aplicarse a ello a la voz de ya sin sacrificar su jornada laboral normal. Dejó escapar un largo suspiro al mismo tiempo que se reclinaba en su silla. No tenía idea de cuánto tiempo le tomaría terminar y sospechaba que, al paso que iba, bien podría pasar la noche entera revisando facturas y escribiendo informes.

Sentía el cuerpo entumecido, así que se puso de pie y estiró los brazos hacia el techo hasta escuchar el chasquido de los huesos de su espalda.

Miró a su alrededor detenidamente. Laura sabía que estaba sola en el piso, pero tuvo la impresión que alguien la observaba. De hecho, nunca se había quedado por su cuenta en las oficinas más de una hora y, por tanto, no había notado la quietud del lugar llegaba a ser extrema y agobiante. A diferencia del trajín administrativo que colmaba los rincones de cada cubículo, la calma aparente le despertaba un nerviosismo voraz. 

Todos los días —de ocho de la mañana a cuatro de la tarde— el traqueteo de los teclados, el timbre de los teléfonos, el susurro de los papeles y el peculiar rugido de las impresoras y faxes disfrazaban el silencio… y Laura hubiera preferido mil veces escuchar todo eso al mismo tiempo en lugar de ese horrible silencio que le ahogaba.

—Todo está en la mente —se dijo a sí misma en voz baja, teniendo la impresión que alguien la observaba—. Todo está en la mente.

Ni bien terminó de decirlo la segunda vez cuando escuchó un estruendo en el entrepiso.
Atravesó las oficinas rápidamente, curiosa por ver qué había sucedido. Estaba casi segura que ella era la única persona en el edificio. Sus pasos hacían eco y con cada uno de ellos parecía que, lo que fuera —aunque también podía ser su imaginación—, clavaba con más insistencia su atención en ella.

De nuevo sintió el cuerpo entumecido cuando bajó las escaleras hacia el entrepiso y llegando ahí, las puertas del elevador se abrieron, pero ahí no había nada. No había elevador. No se veían siquiera los cables de este. Solamente un espacio negro, aparentemente vacío, inquietante.
Se acercó lentamente y, mientras su cuerpo se movía, su fuero interno le advertía que no debía hacerlo.

— ¿Se encuentra bien? ¿Qué pasó? —uno de los guardias había subido tras escuchar el alboroto.

—Sí —respondió sobreponiéndose al sobresalto que le causó el hombre—. No lo sé. Escuché algo y vine a ver…

El rostro del guardia se palideció ligeramente.

—Creo que pasó algo con el elevador —dijo apuntando hacia donde se suponía que estuviera.

Él le miró confundido, sin saber qué decir realmente, e hizo lo mismo que ella: apuntó ahí. Laura volvió su mirada, confundida también, y la piel se le puso de gallina al ver la cabina del ascensor en su lugar.

—Señorita —la voz del guardia temblaba—, suba a su piso y no salga de ahí hasta que ya se vaya. Y, haga lo que haga, no mire hacia atrás. En ningún momento, por ningún motivo.

Laura miró fijamente al hombre limitándose a asentir.

—La acompañaré a su cubículo.

Al subir ambos las escaleras, las sombras en las esquinas parecían moverse, ondeándose como si se trataran de un líquido contenido dentro de unos límites invisibles.

—Le recomiendo que se vaya antes de medianoche —fue lo último que dijo el guardia antes de emprender marcha hacia la planta baja.

A Laura le dio la impresión que el hombre caminaba exageradamente rápido, como si contuviera las ganas de echar a correr y se preguntó si no lo habría hecho una vez que ella ya no lo viera.
Suspiró y continuó su trabajo haciendo lo posible por ignorar el efecto del incidente en sus nervios.

—Todo está en la mente —se repitió cuando notaba algo moverse en el pasillo. Se lo repetía las veces que fuera necesario, como si se tratara de un mantra para sosegar la ansiedad que le producía ver movimientos fuera de su rango de visión. A veces cedía al impulso de voltear rápidamente y se sentía aliviada y asustada al no encontrar nada fuera de lo común—. Todo está en la mente, todo está en la mente, todo está en la mente, todo está en la mente.

Respiraba con dificultad, su temor escalaba aceleradamente convirtiéndose en una paranoia alimentada de hechos reales y se alimentaba a sí misma con cada pequeña sombra que se movía en su dirección. «Basta» pensó y se puso de pie cogiendo su bolsa. Y Laura salió disparada de ahí, superando con creces la manera en la que el guardia lo había hecho.

Estando en el entrepiso, contempló la idea de usar el ascensor y este, sin que ella presionara el botón, abrió sus puertas para mostrarle de nuevo esa oscuridad tan espesa y atemorizante. Laura respiró profundamente y se dio la media vuelta para usar mejor las escaleras. Sus pasos, como antes, hacían eco y, conforme descendía escalón por escalón, eran acompañados del eco de otros pasos que no eran los suyos.

Un escalofrío que le heló la sangre recorrió su espalda al sentir en su nuca la respiración tibia de alguien. Tragó saliva con dificultad y lentamente giró su cabeza. Al ver lo que estaba ahí detrás de ella, unos fuertes calambres sacudieron sus piernas y subieron lentamente hasta paralizar todo su cuerpo.

Laura había volteado. Laura había visto algo. Y lo último que quedó de Laura fue un grito desgarrador.

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