Por más de un mes siguió a esa mujer, una afamada modelo de lencería, para matarla. Le habían pagado por adelantado, así que no podía quejarse; pero andar tras los pasos de una muchacha mimada y frívola no era su trabajo ideal, por más fácil que fuera.
Aún así, con el pasar de los días, se dio cuenta que la información que recibió sobre ella estaba parcialmente viciada. Él había leído —incluso escuchado en alguna oportunidad— sobre una persona veleidosa que usaba su despampanante físico e influencia para hacer y deshacer lo que se le antojara; sin embargo, conforme la observaba, tuvo la oportunidad de descartar algunas de esas declaraciones. Sí, era caprichosa; mas no era la perra desalmada, sedienta de poder y atención que su cliente y otros medios afirmaban con tanta vehemencia.