—Ve tú en mi lugar —me decía.
Y fui.
Me valí de la oscuridad y de otra cosa que ella no sabía: y es que a mí también me gustaba Pedro Páramo.
Me acosté con él, con gusto, con ganas. Me atrinchilé a su cuerpo; pero el jolgorio del día anterior lo había dejado rendido, así que se pasó la noche roncando. Todo lo que hizo fue entreverar sus piernas entre mis piernas.
Antes que amaneciera me levanté y fui a ver a Dolores. Le dije:
—Ahora anda tú. Éste es ya otro día.
—¿Qué te hizo? —me preguntó.
—Todavía no lo sé —le contesté.
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