martes, 22 de mayo de 2012

Las tinieblas del corazón


El suelo crujía bajo sus pies y temblaba tan erráticamente que les dificultaba mucho el paso.

—¿Qué está pasando? —preguntó Aura asustada, pero nadie le respondió.

Pararon en seco cuando las sacudidas se detuvieron de golpe. Val notó el fuerte agarre que tenía sobre ella y cuestionó su posición como líder. Había cometido ya un par de deslices durante su corta travesía con esos muchachos, no podía darse el lujo de complacer a su egoísta corazón y, mucho menos, perder la batalla contra Luzbel.

«Has fallado. Les has fallado a todos. ¿Qué diría la Bestia de la Creación si supiera que depósito toda su fe y esperanza en un fracasado?» El murmullo de una voz viperina calaban profundo en él y continuó reprochándole: «¿A cuántas personas más arrastrarás contigo? ¿Cuántas personas deben morir para que estés satisfecho y te des cuenta que todo está perdido?» La voz estaba cargada de ponzoña e inyectaba directo a su sensibilidad las peores dudas y miedos. Era Orpra que, lentamente, llenaba a Val de veneno. De adentro hacia afuera, inmovilizaba su cuerpo y arrastraba su alma a las tinieblas del infierno. «Acéptalo. No has hecho más que guiar a todas esas personas a su muerte.»

El demonio continuó susurrando cizaña dentro de su mente hasta hacer que sus piernas fallasen y, con la poca consciencia que quedaba en sí, Val se preguntaba por sus acompañantes. ¿Dónde estaban? ¿Se habían ido sin él? ¿Acaso lo habían abandonado?

Por primera vez en mucho tiempo, Val sintió ganas de llorar. Una aflicción que nunca había sentido antes se atoró en su garganta impidiéndole respirar y, a pesar de decirse a sí mismo que no dejaría escapar lágrima alguna, conforme se fueron cerrando sus párpados una solitaria gota salada escapó del rabillo del ojo donde tenía su cicatriz.

—Aura —clamó sumergiéndose en la oscuridad.




Una sonora carcajada se dejó escuchar en el bosque y, como si la resonancia del estrépito limpiara el entorno, todo volvió a una aparente calma. Kaal, Eric y Elidi se miraron entre sí, sin entender bien qué había pasado, rodeados de los pocos sobrevivientes y llenos de moretes y cortadas.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Eric con desconcierto.

Los gemelos, que no hablaban demasiado excepto con Elidi, lo señalaron de manera acusadora. Él los miró pero, al advertir que los demás también lo miraban sorprendidos, bajó la vista a su pecho y oteó que una luz brotaba del mismo, más o menos a la altura del corazón.

—¿Qué es eso? —Elidi inquirió atrayendo los niños hacia sí, mientras Kaal se interponía entre él y Pravuil.

—N-no lo sé… —Eric tocó su propio torso, curioso por ese fulgor tan misterioso, y los halos que provenían de él se intensificaron tanto que parecía un pequeño sol.

La luminiscencia de Eric fue temporal, duró lo suficiente para tranquilizar los corazones de los ahí presentes; después fue perdiendo fuerza hasta convertirse en una delgada línea que conectaba directamente con el cuarto creciente.

La cara de Pravuil también empezó a brillar, aunque de manera diferente. Era algo mucho menos intenso, apenas un diminuto destello que desapareció en el momento que, en su frente, se dibujó un extraño símbolo de color dorado.

—¡¿Qué es esa luz?! —Elever rompió el silencio. Había llegado con Laela hasta el campamento improvisado y ambos estaban sin aliento, respiraban tan agitadamente que el soniquete resultaba algo perturbador, como si fueran animales y no personas.

—¿Dónde está Aura? —cuestionó Eric escudriñando con la mirada más allá de ellos, en las entrañas sombrías de la frondosidad.

—Olvida a Aura —reprochó Elidi—, ¿dónde está Val?

Ambos mayores negaron con la cabeza. Ninguno de los dos se dio cuenta en qué momento los habían perdido, aunque no les cabía duda alguna que era obra de algún secuaz de Luzbel —la maniática risotada era prueba irrefutable de ello—. Tanto Elever como Laela se lamentaban el haber bajado la guardia en la noche más importante su misión y temían que, el no haber visto aún a la bestia, era señal inequívoca de su derrota ante las fuerzas del mal.

«Aún no está todo perdido», pensó la guardiana celestial reparando, ya de cerca, el débil halo que unía a Eric con la luna. De hecho, fue la refulgencia proveniente de Eric la que los guió hasta donde estaban los demás y, de paso, apaciguó sus desbocados corazones rebosantes de incertidumbre y sobresalto.

—¿Qué es esa luz? —solicitó Elever, ahora calmado y acercándose a Eric y Pravuil por turnos.

—No lo sabemos —Kaal también se acercó a Pravuil y miró con atención el símbolo en su frente inclinándose sobre él—. ¿Crees que tenga que ver con la Bestia de la Destrucción?

—Debe ser —Elever siguió el trayecto de luz hasta el cielo y suspiró—. ¿O crees que hayan sido los ángeles que nos protegieron?

Todos guardaron silencio. Bien podría ser que Metratón y Luvriniev intervinieron a favor suyo, pero no les quedaban esperanzas de ello. La pelea entre los más jóvenes del grupo despertó en ellos un desasosiego que eran incapaces de calmar. Probablemente, más que los golpes en sí, las palabras trastocaron su tranquilidad. ¿Cómo seguirían ese viaje sin poder confiar los unos en los otros? Eric, Kaal y Elidi evitaban mirarse a los ojos, inclusive se eludían entre ellos porque lo dicho, fuera bajo el control de un ser maligno, escondía algo de verdad. Encima, la desaparición de Val y Aura, mermaba mucho las probabilidades que tuvieran de sobrevivir.

—¿Crees que harían eso por nosotros? —la voz de Elidi era apenas audible. Los gemelos la miraron y ella sonrió triste.

—¿Por qué no? —rebatió Elever—. Recuerden que esta lucha no es solo contra Luzbel y sus demonios, también es contra nosotros mismos.

El silencio se hizo más tenso.

Elever y Laela intercambiaron miradas antes de echarle otro vistazo a Eric. Ella caminó hasta el joven guerrero y puso una de sus manos sobre su pecho. Al instante el brillo se apagó y, como si hubiera absorbido ella la magia dentro de él, una esfera se formó en sus manos. Sus ojos, incapaces de ver, se iluminaron por unos momentos y empezaron a escurrir lágrimas por sus mejillas.

—¡Rápido! —exclamó sosteniendo la bola con ambas manos—. ¡Todos deben tocar la esfera!

El vínculo con el cuarto creciente se había perdido por completo y la tierra empezó a temblar ligeramente.

— ¡Rápido! ¡No hay tiempo que perder!

Se miraron unos a otros, dudosos y desalentados, mas el gradual aumento del sismo les hizo salir de su pasmo. Cada uno colocó una de sus manos sobre el objeto, este se rompió en pedazos que fueron absorbidos por su piel.

Ahora Laela, guardiana celestial y portadora de grandes poderes astrales, luchaba contra su propio abatimiento; sin embargo, a diferencia de los demás —y quizá por su edad y sabiduría— no lo haría sola: Elever la detuvo y le dio unas palmadas en los hombros cuando intentó alejarse del grupo para lamentarse a solas.

—No hay tiempo para eso —le dijo él a sabiendas que eran palabras duras, pero no por eso inciertas.

—Mi hermana… —musitó con voz quebrada— ¡ha muerto! ¡Fue ella quien detuvo la llegada de la Bestia!

Elever asintió sin saber qué más decirle. No había dudas que esta batalla entre el bien y el mal les había cobrado una gran factura a todos, no obstante, y como él lo veía, lo más importante era permanecer vivos y juntos.




Luzbel, aún sentado en su trono, llamaba sin descanso a Azazel. Su voz retumbaba en todo el infierno y viajaba tan lejos su eco que se distorsionaba en el bramido de una bestia.

—¡Azazel! —rugió una vez más, casi al borde de perder la paciencia.

No dejaría que su larga espera fuera en vano. Por fin la humanidad estaba al borde de la extinción y las fuerzas celestiales estaban muy debilitadas; si tenía que pasar por encima de sus propios secuaces para triunfar, lo haría. Entonces, siguiendo ese pensamiento, su boca se curvó en una sonrisa siniestra y ladina. Era el príncipe de las tinieblas por muchas razones, ya era hora que hiciera uso de todo su potencial como ángel caído y señor de todos los demonios.

—¡Azazel, yo te invoco! —el tono de su voz, aunque menos severo, seguía siendo imponente. Y no le quedó más a Azazel que aparecer ante su rey.

Antes que su súbdito pronunciara palabra alguna, Luzbel sonrió de manera siniestra y se apresuró a hablar.

—Azazel… —su tono de voz malignamente más suave y embaucador—. Tengo entendido que has estado jugando con los humanos. ¿Hay algún humano en particular que te llame la atención?

—No, mi señor.

—¿Ni siquiera esa mujer de cabellos rojos? —el cuerpo de Azazel se tensó notablemente—. No te preocupes, Azazel. No le haré nada ni tampoco a ti por traicionarme de esa manera.

Por fin Azazel levantó la mirada hacia Luzbel, pero lo que veía no le tranquilizaba en lo más mínimo. «Si hay dos seres a los que no se les puede ocultar nada es a Dios y a Luzbel» pensó el demonio y, sorprendentemente, más que temer por sí mismo temía por esa humana.

—Esto no podría ser mejor —Luzbel frotó sus manos y relamió sus labios—. Verás, esa mujer puede ser tuya. Lo único que tienes que hacer es traerla aquí al infierno. De esa manera podrías estar siempre con ella y nadie los separará, ni los ángeles ni esos humanos que tanto la protegen.

—¿Qué tengo que hacer?

La perversa sonrisa del primer ángel caído se ensanchó. Poco le importaba el destino de Aura y mucho menos lo que Azazel fuera a hacer con ella. No dejaría escapar una oportunidad tan perfecta como esa: estaba por hacer una jugada que le daría la ventaja en la guerra celestial. Orpra ya había despertado y removido todo lo negativo en los corazones de los humanos, solo quedaba esperar.

—Al amanecer despertará la Bestia —se dijo a sí mismo sapiente que alguien había interferido con las manipulaciones de Orpra—. No hay marcha atrás.


—¡Val! —gritó Aura a todo pulmón—. ¡Laela! ¡Elever!

Llevaba un buen rato dando vueltas por el bosque. Había escuchado ruidos lejanos después del temblor y, en cuanto este cesó y Val la soltó, los perdió sin explicarse cómo.

Dio un vistazo alrededor. ¿Había estado dando vueltas en círculos? ¿La habían dejado atrás? Eso explicaría por qué Val se portaba frío y distante con ella de manera tan repentina e injustificable. Quizá era esa la razón por la que Val la había soltado en medio del tumulto aquel, para deshacerse de ella y no tener que lidiar con un cariño no correspondido.

Se mordió los labios de angustia y frustración. ¿Qué haría entonces? Sola, en un mundo reinado por las tinieblas y sin cabida en la grandiosa misión de salvar la humanidad y restaurar el orden en el mundo.

—¿Qué pasa, querida? —bisbiseó Azazel a su oído sobresaltándola—. Te dije que me llamaras cuando me necesitaras.

Aura no sabía cómo reaccionar. Si bien era cierto que necesitaba un hombro en el qué apoyarse, aún no estaba lo suficientemente desesperada y resentida como para ir directo a los brazos de un demonio. «¿En qué estás pensando?» se reprendió al reparar en la consideración de buscar consuelo en Azazel cuando este simplemente le ofrecía ayuda, y quién sabe bajo qué condiciones.

—Vete de aquí. No te necesito —declaró firme dándole la espalda.

—Si es lo que quieres… —su cuerpo se mimetizó con la oscuridad del bosque quedando solo sus brillantes ojos felinos visibles—. Yo solo quería ayudarte y decirte que tu amado Val está en peligro.

Su autocontrol, si es que le quedaba poco, se perdió en un instante. Dio la media vuelta caminando uno o dos pasos en una dirección y en otra indagando en la negrura por Azazel.

—¡¿Dónde está Val?! ¡¿Qué le han hecho?! —gritaba la guardiana de las gemas sin decoro—. ¡Llévame a donde está!

Azazel sonrió para sí mismo amargamente al mismo tiempo que Luzbel reía con aires de triunfo y satisfacción desde su trono.

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