sábado, 24 de diciembre de 2011

Feliz Navidad



«Cada año es lo mismo» pensó. Y era cierto. En Navidad, era reglamentario ir a la casa de su abuela a pasar la noche con toda la familia; verse las caras y cenar juntos, actuando como si fueran todos cercanos y cariñosos unos con otros.
 
—Todo es hipocresía —se dijo a sí mismo.

No lograba entender, mucho menos sentir, el significado de la Navidad. No era un joven creyente, así que poco le importaba que la fecha marcara el origen de algo importante; y creía que los valores se podían tergiversar a conveniencia, por lo que tampoco creía en eso de dejar de lado lo malo para dar sin recibir nada a cambio.

Lo único que realmente le gustaba de la Navidad eran los adornos y la comida; pero ya se había cansado de estar sentado contemplando el pino y los regalos y consideraba demasiado patético comer toda la noche para pasar el tiempo.


—Oye, ¿dónde está tu hermana? —preguntó una tía al pasar a lado de él.

—No sé —dijo encogiéndose de hombros.

— ¿Dónde se habrá metido?

Se puso de pie y salió al jardín. Ahí estaba su hermana, sentada en una de las sillas de patio, con la mirada perdida en el cielo y un cigarrillo a medio consumir en una mano.

— ¿No tienes frío?

—Sí, pero no quiero estar adentro.

Él ocupó una de las sillas libres a lado de ella y dirigió su mirada hacia arriba, emulando un poco su posición.

—¿Qué se supone que estamos viendo?

—Te diría que las estrellas, pero está demasiado nublado. Solo veo cómo se mueven las nubes.

—¿Cómo puedes ver las nubes? Son casi del mismo color que el cielo.

—Si pones atención, puedes verlas.

Hubo un momento de silencio. Conociendo a su hermana, tendría siempre una respuesta a cualquier comentario que él hiciera y, sin importar la intención que ella tuviera al contestar, lograba enojarlo sobremanera.

—Bueno, bueno. ¿Cuánto tiempo llevas aquí? Te vas a resfriar.

—Casi desde que llegamos —le enseñó la cajetilla de cigarros y la agitó, quedaban unos pocos —. Aunque no hay mucho qué hacer aquí afuera.

Volvieron a quedar en silencio. Ella miró su reloj y luego le indicó la hora: ya era medianoche. Generalmente, era a esa hora cuando todos se reunían alrededor de la abuela para escuchar lo que fuera que tuviera que decir sobre ese año y también para que bendijera el siguiente. Casi en seguida pudieron escuchar el murmullo de un discurso simplón sobre lo importante que es la familia y, finalmente, el tintineo de las copas chocando unas con otras.

—Feliz Navidad —le dijo antes de tirar la colilla del cigarrillo en turno.

— ¿Qué tiene de feliz?

—Pues, no lo sé. ¿No tienes motivos para festejar?

—No —contestó de mala gana—. Y creo que tú tampoco.

— ¿Por qué crees eso? —inquirió curiosa volviendo su mirada hacia él.

—Si tuvieras algo que festejar no estarías aquí sola. Si tuvieras algo que festejar hubieras ido a misa, estarías adentro siendo hipócrita como todos y simplemente serías feliz.

Ella le escuchó sin quitarle los ojos de encima y, le pareció a él, que de cierta forma le había sonreído sin cambiar siquiera de expresión.

—Pero yo no estoy sola —palmeó su hombro con firmeza—. Tú estás aquí conmigo, ¿no? —no esperó a que él hiciera o dijera algo para proseguir—. No creo que ellos sean hipócritas por intentar pasarla bien una noche. Somos una familia grande y, bueno, no creo que haya familia alguna sin malos entendidos y cosas así… Sean como sean, son familia… somos una familia y nadie ni nada puede cambiar eso.

—Desgraciadamente…

Ella rió.
 
—Si tuvieras otra familia, también te estarías quejando —siguió riendo.

—Bueno, ¿y por qué no fuiste a misa? Ya dejaste claro que no estás sola y que ellos no son hipócritas por lo que hacen —hubo un amago de sarcasmo en su tono.

—Me conoces. Sabes bien que no me gustan ese tipo de cosas.

—Lo que no entiendo es por qué vienes todos los años para estar en un rincón o escondida o alejada de los demás.

Ella se encogió de hombros y encendió otro cigarrillo dando una larga calada.

— ¿Qué quieres? ¿Quieres que te dé la razón? —le preguntó tranquilamente—. Tal vez sí hubo un tiempo en el que pensaba de la misma manera que tú ahora.

— ¿Y qué pasó?

—Uno se da cuenta de las cosas. Supongo que uno cambia y ve las cosas de manera diferente —se detuvo por unos instantes—. Creo que a la mayor parte de las personas les sucede eso en algún momento, ver este tipo de cosas de manera negativa sin importar nada.
 
—Eso no dice mucho —dijo él desesperado y ella volvió a reír.

—Yo no necesito de la Navidad para decirte que te quiero ni mucho menos para demostrártelo. Tampoco necesito ir a misa para agradecer estar viva. No espero regalos ni abrazos, aunque esos nunca están de más y la comida es deliciosa.

Él, por primera vez en la noche, sonrió pleno.

—Al final —continuó ella—, ¿no se trata de amor?

— ¡Eso es tan cliché! —carcajeó.

—Lo sé, lo sé… Pero, fuera de toda propaganda, creo que se trata de amor. Si tienes amor, no importa qué tan mala sea tu situación, todo es más llevadero. O piensa en cualquier cosa por la que puedas estar agradecido y eso será más que suficiente para festejar.

Las palabras de su hermana le sonaban demasiado quiméricas y positivas como para ser ciertas del todo —una negatividad quizá producto de su adolescencia—, aunque le hicieron sentir mejor respecto al bodrio de noche que Navidad representaba para él.
 
—Está enfriando. Vamos adentro —dijo frotándose las manos vigorosamente.
 
—Debiste ponerte un abrigo —acercó su silla a la de ella y le puso por encima de los hombros el suyo. Dejó uno de sus brazos rodeando su cuello y dijo—: Feliz Navidad.

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