miércoles, 7 de marzo de 2012

La búsqueda de Eric


Eric sintió envidia de ella. Quiso, aunque fuera por un momento, estar en su lugar y cerrar los ojos, lograr escapar a la realidad por unos momentos y recuperarse un poco.

—¿Has sido tú quien Metratón y Luvriniev han escogido?

Una mujer de tez blanca y largo cabello castaño apareció entre la niebla rojiza. A su paso, las sombras se evaporaban y el aire se purificaba.
 
—Vamos, muchacho. Busca en tu interior y lucha —la mujer decía con voz algo severa—. Yo cuidaré de tus amigos. ¡Ve!

Eric dudó, sin embargo, ella no perdió más tiempo en tratar de convencerlo. Traslapó sus manos y una luz emanó de su cuerpo delimitando un escudo sobre el pequeño grupo de humanos. Los blancos halos que despedía su protección fueron más que suficiente para guiar a los pocos sobrevivientes que habían tenido la mala fortuna de separarse del grupo. Eric, por su parte, no necesitó más para encomendarle a los suyos y tomó de Aura el cinturón en donde estaba fijada la gema de la Bestia de la Oscuridad Nocturna. Antes de partir en su búsqueda, miró hacia donde estaban Kaal y Aura. «Busca en tu interior», esas palabras hicieron eco en su mente llenándole de la determinación suficiente para llevar a cabo su misión divina.

Se prometió a sí mismo no mirar atrás y así evitar flaquear. Ya varias veces, en el poco tiempo de lucha contra las fuerzas oscuras, se había dejado llevar por sus impulsos alejándose de su objetivo primordial. Esta vez no sería así. Sabía que podía contar con Kaal para cuidar de Aura si es que ella no despertaba, también que Val no se dejaría vencer e intuía que la misteriosa mujer era alguien de fiar; por lo que era momento de demostrar —a sí mismo más que a nadie— por qué lo habían escogido para comunicarse con la Bestia Sagrada y que no se habían equivocado con él.

A paso lento y trompicones fue haciendo sendero por donde su instinto le indicaba. No pasó por su mente que, por haber padecido la peste, podía presentir a la Bestia de la Epidemia. Y ni se percató siquiera que Arpro lo seguía de cerca llevando la marca de Luzbel en la frente, ahora ya totalmente visible, como señal inequívoca que había perdido su alma a él.




Bajo la protección de Laela, Kaal y los demás veían horrorizados cómo Val era incapaz de zafarse de la maligna manipulación del secuaz de Lucifer. Laela sabía muy bien que él no sería capaz de enfrentarse a él mientras este jugara con su mente y su corazón. No cabía duda que Val era el líder de esos valientes guerreros sin experiencia, mas él no era un hombre invencible.
 

—Eh, tú, muchacho —llamó a Kaal—. Toma tu espada y ayúdalo. Yo me encargaré que no te hagan daño las sombras o el aliento de la Bestia. Es esencial no perder a nadie más.

Kaal asintió lentamente y con mano temblorosa empuñó el arma que Metatrón creó para él. Quizá no estuviera a la altura de la situación, pero él no era el tipo de persona que abandonaba a los que le importaban y también sentía que era su deber moral hacia Eric el proteger a Aura y ayudar a Val si era posible.

—¡Vamos! ¡No dudes! —escuchó una voz femenina gritar—. ¡Nosotros creemos en ti! ¡Lucha con Val!

La última mujer del grupo, además de Aura, le miraba llena de confianza y determinación. El resto se unió a ella para alentarlo y su vacilación se disipó. Corrió hacia donde se desarrollaba la pelea y blandió su espada decidido a acabar con lo que fuera ese ser, a veces tan bello y a veces tan horripilante.

Comprobó entonces que la adrenalina producida por el miedo era muy diferente a la producida en batalla. Sus sentidos se agudizaron y todo alrededor se redujo a un plano secundario del que no reparaba por completo.

Kaal no lo sabía porque nunca tuvo la oportunidad de nada fuera de su vida como esclavo, pero era un excelente guerrero. Compensaba su falta de experiencia con talento y reflejos natos. Con cada golpe debilitaba más al enemigo al punto en que no necesitó de la ayuda de Val en absoluto. De hecho, el susodicho quedó relegado cerca de Laela porque la supuesta Atanasia insistía en atacarlo a él y jugar trucos sucios a sus expensas.

—Es hora de terminar esto —dijo Val sin moverse de su lugar—. Has probado ser un digno guerrero, Kaal. No temas y acaba con él.

Kaal asintió y se abalanzó contra su adversario con toda su fuerza, dispuesto a dar la vida si era necesario con tal de proteger a los que contaban con él y eliminar el mal que les impedía avanzar en su camino. Su espada atravesó el cuerpo de Sorj, quien dejó escapar un grito de dolor y miedo antes de desintegrarse lentamente en un vapor purpúreo y un líquido negro y espeso.

—¡No se dejen engañar! —gritó Laela—. ¡Ha adoptado esa forma para hacernos creer que hemos ganado! ¡No lo dejen escapar!

Elever, tan rápido como sus cansadas y viejas piernas se lo permitieron, acudió con uno de sus recipientes para pócima. No obstante, al llegar donde Sorj estaba, no supo qué hacer. Sabía que no debía tocarlo, pero era improbable volver a tener una oportunidad de atrapar a un esbirro de Luzbel con tanta facilidad.

—Qué remedio —dijo suspirando resignado—. Si me convierto en un engendro del mal, no tengan piedad.

Dicho eso, el curandero se puso de cuclillas y juntó lo que se suponía era Sorj con sus propias manos. El frasco por poco no fue suficiente para contener el espeso líquido, sin embargo, quedó espacio suficiente para sellarlo con un tapón de corcho.

—Has sido muy noble al arriesgaste así —Laela se acercó a él—. Tenemos suerte que, en ese estado, no tenga poder alguno excepto ser escurridizo.

—A todo esto, ¿quién es usted? —inquirió con algo de recelo la chica que alentó a Kaal.

—Mi nombre es Laela y yo, como ustedes, viajo con un pequeño grupo de personas en busca de las Bestias Sagradas.

La chica, Elidi, entornó los ojos.

—Si viaja con otras personas, ¿dónde están? —todos guardaron silencio e incluso Elever y Val estaban expectantes de su respuesta.

Que una bienhechora llegara a ellos y los ayudara sin pedir nada a cambio era algo por lo que siempre estarían infinitamente agradecidos, pero era demasiado bueno para ser cierto y en tiempos como esos no podían darse el lujo de creer y confiar ciegamente. La traición de Arpro bastó para intensificar su cautela hacia aquellos que no conocían.

—Ya veo —Laela sonrió de lado—. Ser precavidos nunca está de más, eso es bueno —les dijo al caminar por donde Eric se había ido—. No se preocupen, les contaré mi historia mientras alcanzamos a su amigo. Los míos ya nos encontrarán tarde o temprano. Síganme

El grupo miró a Val y este asintió. No tenían más remedio que ir por donde ella les indicara, ya que desconocían el rumbo que Eric había tomado. Llevó a Aura en sus brazos, con Kaal a su derecha y Elever a la izquierda, el resto del grupo les seguía de cerca cuidando sus espaldas.

—Como ya les he dicho, mi nombre es Laela. Soy de una familia de Guardianes Celestiales que han existido por mucho tiempo y, como ustedes, busco a las Bestias Sagradas.

—¿Acaso hablas de la familia descendida directamente de ángeles? —preguntó Elever algo incrédulo.

—Así es —sonrió ampliamente ella—. Me sorprende que sepas de nuestro origen.

—Bueno, en tiempos como estos cuentos como ese se usan para darles a los niños esperanza. Aunque no sean un cuento…

—El asunto es menos sublime de lo que suena —rió ella—. Los ángeles que descendieron y se enredaron con humanos tienen mala fama en general. Se les considera desertores y pecadores, pero los pocos que se arrepintieron fueron perdonados y asignados con tareas o misiones que el mismo Creador diseñó para ellos y su estirpe.

Elever y Laela se enfrascaron en la plática, comentando sobre el principio de los tiempos, los series celestiales y algunos hechos de la familia de Laela que estaban relacionados con la creación del mundo como lo conocían y las Bestias Sagradas.

Probablemente el único que podía seguir decentemente la conversación era Val. Gracias a Metatron y a su amistad con la Bestia Guardiana de la Creación aprendió mucho sobre los serafines, ángeles, arcángeles, las bestias y la creación de todo.

Una fugaz melancolía le invadió al recordar los días en los que iba a ver a la Bestia cuando apenas era un chiquillo y se preguntó por qué, como Atanasia, desapareció tan misteriosamente de su vida. En un recoveco de su mente estaban un par de explicaciones que no le gustaban, pero que no eran del todo imposibles. Pensó en ellas cuando se le acabaron las situaciones en las que se culpaba a sí mismo y las explicaciones lógicas.

Entre ellas, y la que más temía, era que la Bestia o Atanasia —o los dos— hubieran caído en las manos de Luzbel. Otra conclusión a la que había llegado, que se le hacía algo descabellada, era que la Bestia Sagrada hubiera llegado a comerse a Atanasia. Mas, al final de todo, lo único que deseaba para ambos era que estuvieran bien y que durante todos esos años tuvieran la fortuna de no cruzarse con él bajo ninguna circunstancia.

—Todo esto es muy interesante —les interrumpió Kaal—, pero se han desviado un poco del tema.

Elever soltó una carcajada y Laela sonrió ampliamente con un leve sonrojo.

—Mis disculpas —dijo ella.

—Viajas con otras personas, ¿no? —Kaal estaba entrando en confianza al ver que se trataba de una mujer honesta y con la misma finalidad que ellos—. ¿Cuántos son?

—No somos muchos. Creo que apenas si somos la docena, como ustedes.

—¿Crees? —interrogó Elidi, aún un tanto recelosa.
 
—Lo que pasa es que yo no puedo ver —explicó—. Soy ciega de nacimiento.

Elidi se sintió culpable por haber tocado un tema delicado y estaba avergonzada porque no sabía qué contestar. Laela continuó hablando:
 
—Se podría decir que veo de otro modo, muy diferente al sentido de la vista que ustedes conocen y tienen. Y puedo percibir cosas que quizá ustedes no.

—Lo siento…

—No tienes por qué —contestó la mujer con una pequeña sonrisa de comprensión—. Conmigo viajan mi hermana, seis guerreros, un campesino, dos niños y Pravuil.

—¿Pravuil? —Val se acercó a ella, incrédulo—. ¿El arcángel Pravuil?

—Sí. Lo encontramos reencarnado en un humano.

Laela prosiguió diciéndoles lo que sabía de la guerra en marcha y les explicó los detalles que desconocieran. Todo ello mientras su visión, en el mundo astral, le indicaba qué camino seguir. Pronto estarían con Eric y podrían protegerlo de Arpro. Le preocupaba que este último se decidiera a atacarlo por la espalda. Conocía bien que a Luzbel y sus secuaces gustaban de jugar sucio y aprovecharse de las debilidades y desventajas que tuvieran las personas.

«Debemos apurarnos», pensó preocupada.

Elever lo notó y detuvo a Val y a Kaal dejando que los demás se adelantaran con Laela.

—Creo que es mejor si ustedes van a por Eric, yo cuidaré de Aura y los demás.
 
—¡Pero no debemos separarnos! —protestó Kaal.

—No se preocupen, estaremos a salvo si somos cuidadosos. Iremos por el mismo camino que ustedes, pero a mi paso, que ya soy viejo.

—No lo sé —dijo Val, aún indeciso.

—Que Eric no esté solo es lo primordial —aclaró Elever—. ¿Crees que Lucifer perderá su tiempo con nosotros? Eric todavía está débil y es él quien debe hablar con la Bestia.

—Tiene razón —reflexionó Kaal.

Val asintió y, acto seguido, él y Kaal fueron hasta Laela pidiendo que los guiara lo antes posible hacia su joven compañero de armas.




Eric apenas podía mantenerse de pie. La neblina roja era cada vez más espesa, llegando a dificultarle ver claramente en ocasiones.

Hacía un buen rato que se había dado cuenta que alguien le seguía de cerca, sin embargo, estaba esperando el momento adecuado para tomar refugio y recuperarse un poco para atacar. O, si contaba con mejor suerte, encontrar a la Bestia de la Epidemia.

—¡Señor Eric! ¡Señor Eric! —escuchó la voz de Arpro—. ¡Señor Eric! ¿Es usted?

Arpro llegó corriendo a él y se postró a sus pies con respiración agitada.

—Oh, señor Eric —sollozó—. ¡Me perdí cuando las sombras atacaron! ¡Quise huir de ellos y me perdí! ¡Por favor, ayúdeme!
 
Hubo algo en él que disgustó mucho a Eric. Fuera de sus sollozos y gimoteos, Arpro tenía algo que le desagradaba sobre manera y no hallaba qué era. Y, ahora que lo tenía a sus pies, le veía como alguien tan repugnante y bajo que se sorprendió mucho de pensar así.

—Levántate, Arpro —le dijo dando unos pasos hacia atrás—. Ya encontraremos a los demás en un rato.

—¿Nos quedaremos aquí, señor Eric? —preguntó con una voz melosa que le daba mala espina.

—Sí, nos quedaremos aquí —Eric creyó prudente quedarse en ese lugar hasta que se le ocurriera cómo deshacerse de él, puesto que llevarlo consigo sería como llevar un lastre a cuestas—. Vamos, levántate.

—Oh, pero señor Eric… —su voz se tornó más ronca y grave— Hay que tener cuidado porque los seguidores de Satán están por todos lados…

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